Con muchos interrogantes y desde la postura que señalaba Archie Cochrane (1):
- ‘Buscar todo lo posible para mejorar la salud, ser a la vez precavidos y prudentes con el exceso de información, seleccionar toda la información y todas las terapias pero no olvidar nunca la gran capacidad de curación que tiene vuestro propio organismo, utilizarla siempre y no dejar que nadie la destruya o la inutilice’ (2).
- ‘Es importante comprender con claridad la relativa insignificancia de las terapias en comparación con las fuerzas propias del organismo humano y la aplicación de las terapias desde el respeto a las fuerzas curativas del propio cuerpo’ (3).
El personal sanitario tiene miedo (4), más miedo que la población en general. Ni unos ni otros tienen suficientes recursos para tratar todo el miedo que día a día infiltran en la población los medios de comunicación, poniendo la esperanza en lo artificioso: medicamentos y vacunas (5), y sin valorar o entorpeciendo las capacidades naturales (6). Surgen las dudas respecto a las vacunas (7) con vectores de virus, de subunidades de proteínas y genéticas, que están en evaluación para el SARS-CoV-2, sobre sus beneficios y obstáculos (8). Nos han contado los laboratorios que se trata de introducir material genético en el organismo vía inyección intradérmica. En unas vacunas, el mensaje se codifica en una molécula de ARN encapsulada en una membrana lipídica para poder entrar en las células y hacer que estas fabriquen proteínas de la espícula del coronavirus. En otras, el mensaje se traduce a ADN, otro lenguaje genético, y se introduce en adenovirus del resfriado de los chimpancés. El virus será engullido por células dendríticas, dedicadas a captar sustancias extrañas, para que el sistema linfático actúe y genere anticuerpos, lo que convierte en ‘cuasi-transgénica’ a una persona sana, en una ‘factoría de proteína vírica’, al menos temporalmente. La mayoría deben inocularse en dos fases, porque de una sola vez no tiene tanta efectividad. Se supone que ese ARN mensajero desaparece: ¿y si no lo hace?, tendríamos un serio problema. Para garantizar estas técnicas, la industria farmacéutica lleva años sin conseguirlo: ¿y en unos meses va a estar hecho? Se trata de una técnica completamente nueva que no se ha realizado en humanos, con grandes problemas de logística, conservación y manipulación. No sabemos si quienes están vacunados pueden ser ‘portadores sanos’ o sintomáticos del SARS-CoV-2, y difundirlo en la comunidad. No sabemos cuánto durará la inmunidad que provoca la vacuna. No sabemos sobre la eficacia de la vacuna en distintos grupos, por edad, comorbilidad, profesiones, clase social, etnia, etc. No sabemos el efecto de la vacuna en condiciones reales de la práctica clínica (lo que llamamos efectividad, que siempre es menor que la eficacia, que es el efecto de la vacuna en las condiciones ideales del estudio, del ensayo clínico). No tenemos datos sobre el precio de la vacuna por lo que no podemos calcular la eficiencia (el beneficio para la sociedad que se consigue invirtiendo el dinero en la vacuna). Hay también una posibilidad: que no sirva para nada, no tenga ningún efecto ni de prevención, ni secundario, ni de nada, solo un timo descomunal, aunque desde esta hipótesis al menos los efectos secundarios físicos tampoco se producirían. Como mínimo deberíamos tener garantizado que son seguras, sin efectos secundarios y efectivas, con información clara y precisa, no con publicidad engañosa ni amenazas. El virus SARS COV 2 lo han contraído millones de personas. Los expertos dicen que produce poca o nula inmunidad. Desde esta realidad constatada, ¿por qué una vacuna debería proporcionar más inmunidad que contraer el mismo virus? No hay debate acerca de los graves problemas éticos y legales que plantea la utilización de un nuevo modelo de vacuna con el ácido ribonucleico mensajero (mARN). Ya hace unos años, Terje Traavik reduce el concepto de ‘tecnología segura’ a un mero optimismo ingenuo y advierte que ‘muchas vacunas transgénicas vivas son intrínsecamente impredecibles y posiblemente peligrosas’. Enfatiza que ese tipo de vacunas ‘no deberían ser utilizadas masivamente hasta tanto no se hayan aclarado una serie de problemas al respecto, no obstante, se actúa como si no existieran riesgos aduciendo que éstos no están constatados por investigaciones experimentales o epidemiológicas. Pero la cuestión es que esas investigaciones no se han llevado a cabo. Estamos, una vez más, ante un callejón sin salida’ (9). Esta pandemia ha puesto en jaque la gestión mundial de la salud, a los sistemas sanitarios de cada país, y nos ha puesto a todos con mascarilla, pero además comienza a desenmascarar muchos problemas de instituciones y gobiernos. Siguen las preguntas. ¿Por qué la OMS ha cambiado 34 veces su versión sobre las formas de transmisión, las mascarillas, los guantes, la prevención, las vacunas, etcétera? ¿Cómo es posible que este virus sea el primer virus respiratorio de la historia que lo transmiten asintomáticos aun cuando los estudios que se han hecho para comprobarlo señalan que no lo transmiten los asintomáticos? (10) ¿Por qué el uso obligatorio de mascarillas aumentó el número de rebrotes en varios países, tal como informa la web estatal de Suecia (11)? Las mascarillas de tela en la población general pueden ser efectivas, al menos en algunas circunstancias, pero actualmente hay poca o ninguna evidencia que respalde esta propuesta. Si el virus del SARS-2 se transmite a través de aerosoles en interiores, es poco probable que las máscaras de tela sean protectoras. Algunas autoridades sanitarias obligan al uso de las mascarillas faciales de tela diciendo que disminuyen el riesgo de infección. Los autores del metaestudio de Lancet (12) reconocen que la certeza de la evidencia con respecto a las mascarillas es ‘baja’, ya que todos los estudios son observacionales y ninguno es un ensayo controlado aleatorio (ECA). La propia OMS admitió que sus directrices de política actualizadas sobre máscaras faciales no se basaban en nuevas pruebas, sino en el cabildeo político. Con las campañas del miedo se aterroriza a la población para después ofrecer sus soluciones y… ¡qué soluciones! En muchos países se han aprobado leyes nada constitucionales, se ha utilizado ejército y fuerzas de seguridad, se han cerrado fronteras y encerrado a la población, se ha prohibido el contacto, se ha censurado la opinión y la información, ancianos en asilos donde se les ha dejado morir, vio lencia en los hogares, daño psicológico, emocional y físico, seguimiento y repetición, en los medios de comunicación, de ‘casos’ que incluyen a falsos positivos, ‘asintomáticos’, a varios resultados positivos en la misma persona, a muertes sin autopsia, al número de muertes por otras causas (falta de atención médica, suicidios por estrés y depresión, violencia de género). Aun así, en España hay menos mortalidad general que el año anterior, según datos del Ministerio de Sanidad, y a esto se le llama pandemia. Esta situación nos está ofreciendo como salida un modelo médico occidental dominante basado preferentemente en uso de fármacos (13), que son ya la tercera causa de enfermedad en el mundo y una de las principales causas de muerte y daños graves o fatales debido a reacciones adversas (14). Gobiernos de todos los niveles exhibiendo un autoritarismo utilizado como método de control: la apropiación de la salud. Al mismo tiempo, la información brindada desde organismos oficiales y divulgada por el monopolio mediático, tacha de no válido o falso cualquier tipo de información que vaya en contra de sus intereses o líneas acordadas, anulando el pensamiento crítico y la libertad que deberíamos tener para sacar nuestras propias conclusiones. Los descalificativos que han utilizado los medios contra la gente crítica, informada y consciente (entre ellos un gran número de profesionales y expertos en el terreno de la salud, el científico, el político, el legal…) han funcionado, produciendo un rechazo hacia cualquier argumento que se salga de la línea oficial. ¿Cuáles son esas relaciones y mecanismos de poder en el terreno de la salud? Esta situación está generando una cierta desconfianza en relación con los organismos oficiales, creando la sospecha acerca de qué intereses defienden. Hay dudas sobre confinamientos, pérdidas de derechos y libertades en nombre de la salud artificiosa que se quiere imponer, los efectos secundarios de estas medidas están siendo más perjudiciales que lo que intentan prevenir, nos están haciendo actuar como ratones alocados en el experimento de hundimiento conductual y derrumbamiento social del etólogo John B. Calhoun (15). . Acabo de leer la noticia de la muerte de un anciano en el hospital geriátrico de Toledo al saltar por una ventana intentando huir del hospital en el que estaba confinado por error médico. Sus noventa años no le impidieron atar las sábanas e intentar huir por el balcón. La enfermedad es parte de un concepto de salud mucho más amplio. La mayoría de enfermedades en realidad son desequilibrios y programas biológicos de reequilibrio para recuperar condiciones armónicas, y ello influye en el medio externo, pero también en el interno, que es el ecosistema de las células y los microbios de los que dependemos para multitud de funciones vitales.
Animo a la reflexión, al pensamiento crítico, a no perder nuestro derecho a sacar nuestras propias conclusiones, a hacernos cargo de nuestra salud y comenzar a aprender cómo hacerlo y cómo ayudar a otros (16), a conectar con nosotros mismos y con nuestro entorno, a poner el foco en los hábitos de vida saludables y en las condiciones ecológicas del entorno, a defender la integración de medicinas tradicionales y naturales en los sistemas sanitarios públicos.
BIBLIOGRAFÍA
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- Gøtzsche P. (2019). Cómo sobrevivir en un mundo sobremedicado, Roca, EAN: 9788417541552.
MEDICINA NATURISTA 2021; Vol. 15 . N° 1 — I.S.S.N.: 1576-3080